"La imaginación es deseo en acción.
Deseamos las formas que imaginamos pero esas imágenes adoptan la forma que nuestro deseo les ha impuesto.
Al final regresamos a nosotros mismos: hemos perseguido, sin tocarla, nuestra sombra.
El erotismo es un disparo de la imaginación y por esto no tiene límites, excepto aquellos que le traza nuestra naturaleza (el poder de fabulación de cada uno y su conformación psíquica tanto o más que su cuerpo).
O dicho de otro modo: el erotismo es un infinito al servicio de nuestra finitud.
De ahí que sus combinaciones, prácticamente incontables, terminen por parecernos monótonas. Lo son: su diversidad es repetición. El libertino se propone la abolición del otro y por eso lo convierte en <<objeto erótico >>. Cada cuerpo que toca se transforma en humo y cada una de sus experiencias, al cumplirse, se anula. Su actividad es una peregrinación hacia un punto siempre inminente y que sin cesar se desvanece, reaparece y vuelve a desaparecer.
La imaginación solitaria es circular; el fastidio y no nada más el desencanto, nos espera al final de cada vuelta…
el premio no es el placer, el conocimiento o el poder, sino la insensibilidad.
El amor, en cambio, no nace de la imaginación sino de la vista.
El enamorado no inventa: reconoce.
Su imaginación no está en libertad; debe enfrentarse a ese misterio que es la persona amada.
El amante esta condenado a adivinar, aunque sepa de antemano que son ilusorias la pregunta y la respuesta, qué hay detrás de esa frente y qué atrae a esos ojos: ¿en qué piensas, a quién miras?
Dichoso o infeliz, satisfecho o desdeñado, el que ama debe contar con el otro; su presencia le impone un límite y lo lleva así a conocer su finitud.
Esta limitación abre otro reino, ese sí de veras ilimitado, a su imaginación.
El erotismo es una infinita multiplicación de cuerpos finitos; el amor es el descubrimiento de un infinito en una sola criatura."
El camino de la pasión (Ramón López Velarde),
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